El eterno conflicto de los radares en España


Un nuevo un estudio, en esta ocasión realizado por la asociación Automovilistas Europeos Asociados (AEA), en el que se constata que los radares no están colocados en las zonas más peligrosas de las carreteras, nos obliga a plantearnos de nuevo la siguiente pregunta: ¿Los radares se colocan para recaudar dinero o para salvar vidas?.

Dejando de lado las premisas teóricas -todos los implicados aseguran que mejorar la seguridad vial es el principal objetivo de los radares- lo cierto es que hasta la fecha, el factor determinante en la colocación de un radar por parte de la DGT no ha sido, desde luego, el nivel de peligrosidad de un tramo. Sólo hay que echar un vistazo a la ubicación de los diferentes radares en nuestras carreteras para corroborar la anterior afirmación.

Ante esta dudosa ubicación de los radares, desde el punto de vista de la seguridad vial, la principal reacción ha venido de la fundación Ponle Freno, posiblemente la organización que cuenta con una mayor capacidad de influir en la sociedad, gracias fundamentalmente al enorme altavoz que le proporciona ser parte del Grupo Antena 3. Desde Ponle Freno han venido insistiendo este año con especial hincapié en que los radares se tienen que colocar únicamente en los tramos de concentración de accidentes, porque su finalidad no debe ser recaudatoria.

Y yo me pregunto, ¿por qué no buscar un punto intermedio que sea más beneficioso? Puestos a posicionarnos, inicialmente resulta más lógica la propuesta de Ponle Freno, y desde luego apoyamos la idea de que todos los Puntos Negros de nuestras carreteras deberían contar con un radar. Pero ojo, no sólo con un radar, también se deberían tomar otras medidas seguramente más importantes como reducir la velocidad máxima permitida en ese tramo, señalizarlo correctamente y garantizar que la vía esté en un estado óptimo para la circulación.

Pero, una vez que tengamos cubiertos todos los puntos negros de nuestras carreteras, ¿por qué no utilizar otros radares ubicándolos en zonas diferentes y, en ocasiones, aleatorias? Está visto que en nuestra sociedad no basta con indicar las velocidades máximas permitidas en cada zona, y es necesario contar con medidas sancionadoras por incumplimientos. Disponer de estos radares ubicados en lugares aleatorios va a conseguir que muchas personas se lo piensen dos veces antes de ir a una velocidad inadecuada. Y, en último término, para los que circulan a mayor velocidad de la permitida, no parece mala idea que tengan que pagar una cantidad por la imprudencia, que seguro viene muy bien a las maltrechas arcas del estado.

Está demostrado que el uso de los radares afecta muy positivamente a la seguridad de los tramos en los que están operativos, y que resultan más apropiados (aunque más caros) los radares de tramo. Es evidente que no pueden ser la única vía para la reducción de los accidentes y las víctimas en nuestras carreteras, entre otras cosas porque es imposible implantarlos en toda la red. La innovación tecnológica en vehículos e infraestructuras, la educación vial y el respeto a las normas de circulación son elementos en los que se debe seguir haciendo hincapié.

Todos tenemos que colaborar en mejorar la seguridad vial en nuestras carreteras, y respetar las velocidades máximas permitidas en cada vía es uno de los elementos más importantes. Sin embargo, una vez que tengamos radares en todos los puntos negros de nuestras carreteras, ¿por qué no aprovechar las ventajas que ofrecen, e implantarlos también en otras zonas, para que la posible sanción económica disuada a muchos de correr más de la cuenta en las carreteras?